17 de marzo de 2012

Reflexión flamenca, por Víctor de la Paula


   Cualquiera, aún sin la necesidad de ser un gran aficionado al cante, conoce al menos de oídas a Miguel Poveda, Enrique Morente o a Mayte Martín; pero en cambio, sólo muy pocos o casi nadie conoce a cantaores como Manolo del Río, Blas Maqueda, Carmen Corpas o Manolo Linares por nombrar algunos. Infinidad de cantaores dejan huella de su arte en peñas y reuniones sin más reconocimiento que el respeto de los asistentes. 

    Es mi intención el hacer un pequeño homenaje de reconocimiento a todos ellos y también a bailaoras y guitarristas como Justo Fernández guitarrista profesional con una dilatada trayectoria artística que es digna de admiración, siempre con su sonanta de un sitio a otro regalando momentos irrepetibles llenos de embrujo y flamencura, siempre haciendo posible con su participación el deleite de aficionados y público.
    
   Si la historia del flamenco dejara a cada cual en su lugar y no hubiera tantas injusticias, y tantos prejuicios de diferentes vertientes, el flamenco debiera de agradecer a todos estos artistas, en su mayor parte andaluces afincados en otras tierras como ésta que es la mía, Cataluña, su aportación cultural y su esfuerzo en el tan poco escuchado terreno de la divulgación de este arte. Gracias en una importante porción a todos ellos (como también a entidades como la peña Juan de Arcos en Badalona o la Casa de Andalucía en Barcelona) aquí hemos tenido un acercamiento a el arte popular andaluz, el flamenco, que se ha manifestado en todas sus facetas. Cantaores como Miguel Poveda o Mayte Martín tal vez ni siquiera existieran si no hubieran tenido tan cerca a cantaores aficionados que casi pasan por la historia como si nada hubieran hecho; grandes maestros de muchos cantaores actuales y no quiero hacer mención de ninguno, han sido Rubito de Pastora, Carmen Corpas, Juan de Úbeda o Diego Garrido fallecido recientemente y al cual se le tributó un merecido homenaje póstumo, pena que no se lo hubieran hecho antes cuando el cantaor pudo haber disfrutado junto a todos sus compañeros de un momento tan entrañable.

Víctor de la Paula y Justo Fernández en la Peña Flamenca Juan de Arcos (Badalona).

   El flamenco es una manifestación artística que evoluciona constantemente, y en parte, su evolución se lo debe también a las continuas aportaciones de cantaores de muy diferentes localidades, de muy diferentes idiosincrasias, y por su puesto por su esparcimiento por todo el mundo con lo cual el arte no es patrimonio de nada y menos aún de nadie. Es del que lo hace, del momento, del que lo escucha y de tantas cosas más, que eso debe ser la razón incorpórea, tan debatida siempre.
   
   Ya sería hora de acordarnos de los flamencos que tanto han trabajado en las tinieblas de este arte, de valorar sus esfuerzos, y una de las maneras de hacerlo es continuar con lo ya empezado haciendo posible que todo eso no deje de sucederse como ha sido desde hace muchos años; el continuar con la tarea de las peñas flamencas es fomentar la cultura andaluza fuera de Andalucía y contribuir a tener espacios donde poder ofrecer, los aficionados al cante, los cuadros de baile, los guitarristas y los conferenciantes a tener lugares donde ser escuchados y vistos con respeto, además ofrecer talleres y demás actividades; lo que hoy en día se vive es el pasado del mañana, y dejar un criterio, una forma de actuar, un respeto a nuestro arte, es dejar una herencia basada en el buen hacer, en el respeto mutuo y en el entendimiento de diferentes culturas, eso es lo que deben de pensar los tan renombrados flamencólogos y demás eruditos del tema en vez de avasallar con informaciones basadas en cosas que ni tan siquiera se sostienen ellas solas, si el Mellizo hizo un cante en la iglesia o lo hizo mientras preparaba una paella, el Mellizo no esta aquí para contarlo señores, importa poco esto; el legado de su arte está en su escuela y en sus seguidores.

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