9 de enero de 2011

Crítica de un flamenco neutral, por Víctor de la Paula

   Es curioso observar como cada cual según sus preferencias en esto del cante flamenco arrima el ascua a su sardina. Se puede abrir un amplio debate acerca de la ópera flamenca y sus desastrosos efectos según muchos eruditos del tema; pero aún no se ha puesto nadie a meditar en el proceso de transformación que el cante flamenco ha ido teniendo estilísticamente de forma gradual y de cual han sido sus aportaciones y funciones en torno a un nivel evolutivo constante
; pues el flamenco es un arte, que como muchos otros no está anclado a ningún estímulo socio cultural, sino que va pasando por el tiempo actualizándose a su paso. ¿En que se parecen El Fillo o El Planeta a José Mercé? Dejando atrás los estilos que cada uno cante, pues en muy poco en verdad; esto sería como un señor que ahora va a la estación y coge el tren (ejemplo el AVE) y otro señor que coge el tren hace cuarenta años, a fin de cuentas ambos quieren viajar, llegar a alguna parte y ambos utilizaron los medios que se les prestaba en aquel momento; pues algo parecido sucede con el flamenco, cada cual echa mano de lo que a su alcance tiene.

   Cada vez más se estudia la discografía existente, lo cual es un gran paso hacia una mejor comprensión del flamenco, pues ¿Qué mejor que conocer el pasado para conocer el presente? Los logros que la evolución constante a aportado al flamenco es, sin lugar a dudas, beneficiosa si la observamos desde su total neutralidad, sin arrimar el ascua a la sardina que nos interese como he mencionado anteriormente, pero para eso primero hay que aceptar que teorías como la del hermetismo, por nombrar alguna, están completamente desbancadas y dejar aparcadas idealizaciones raciales vertidas sobre el flamenco que ensombrecen su estudio y comprensión.

   En los años veinte predominaban los fandangos y tarantas, a primeros del siglo pasado fueron las malagueñas, en los años treinta los cantes hispano-americanos, por la década de los cuarenta les tocó su liderazgo a las zambras y en los cincuenta las soleares y las seguiriyas, en lo cual tuvo mucho que ver Antonio Mairena, y a partir de bien entrados ya los sesenta las bulerías y los tangos. Esto hace que además de variar los estilos, con ellos también los artífices y el público, como es obvio; dejándonos en cada uno de estos cambios una forma, una manera de sentir el flamenco.

  A primeros del siglo pasado fue don Antonio Chacón el que pondría las formas más modernas, más innovadoras de cantar por malagueñas; enriqueciendo este cante, enriqueciendo el acervo flamenco y llevando el cante a una posición más elevada, de esta forma dio lugar a que otros cantaores contribuyeran a enriquecer este cante aún más con sus aportaciones como por ejemplo Diego el Personita, El Chato de las Ventas o el Niño de Vélez. Sin lugar a dudas jamás había gozado ni gozará hasta nuestros días de tanta relevancia el cante por malagueñas. Naturalmente fueron muchos los que critican la obra del genial maestro jerezano, pero en los anales del flamenco tiene mucho que decir su magnífica obra; además de ser un gran cantaor malagueñero Chacón fue un gran siguiriyero y engrandeció cantes como el polo o la caña con su peculiar forma de expresión, dotándolos de una métrica más exacta y acorde al cante flamenco de la época.

   Y si bien criticado Chacón, aún más lo fue el rey del fandanguillo José Tejada Martín conocido como Pepe Marchena; su extravagante personalidad cantaora, sus formas expresivas, su cante cargado de flamencura y verdadera orfebrería fina, hicieron un verdadero personaje Quinteriano, como bien dice Eugenio Cobo en su libro Pepe Marchena y Juanito Valderrama dos figuras de la ópera flamenca. Desde mi particular opinión al respecto y forma de entender el flamenco, y tras muchísimas horas de indagar en su discografía, llegué a la conclusión que verdaderamente es el cantaor más enciclopédico que sin lugar a dudas ha dado la historia del cante flamenco; un verdadero astro en este peculiar mundo, un cantaor sin igual; al cual no le faltaron sus seguidores y otros que sin serlo, tras el éxito de este tipo de flamenco, pudieron ponerle en el lugar que le correspondía. Dejando una aportación tan grandiosa, como bien refleja esta vez con más testimonios discográficos que en la anterior. Cabe reseñar como contemporáneos al  Niño de la Huerta, también al Niño del Museo, que registró entre muchas otras cosas interesantes el fandango de Dolores de la Huerta, o el verdial lucentino; entre la discografía del Niño de la Huerta cabe reseñar un estilo de soleá que no tiene precedentes, lo cual diríamos que seria una creación muy personal de este estilo y que jamás se le ha reconocido como tal. También el cantaor flamenco el Corruco de Algeciras tiene en este terreno tres cuartos de lo mismo, con un estilo de soleá sin precedentes atribuida a otro artífice de este género. En fin, que esta etapa aportó sin lugar a dudas, una gran nómina de intérpretes, y aunque no se le reconozca su participación en la grandeza del flamenco, su obra sigue siendo tema de estudio para muchísimos, sobre todo para cantaores actuales. Queda hacer especial mención, el recordar que Pepe Marchena llevó el flamenco a grandes masas, dejando tras de sí muchísimos admiradores de su arte, evitando que se volviese el flamenco un arte residual. El éxito de esta cantaor sólo es equiparable con el genial cantaor flamenco Camarón de la Isla, aunque eso si, con muchísimos más medios debido a su situación cronológica.

   Allá en los años treinta, además de fandanguillos, se ponen en boga los famosos cantes hispano-americanos, vuelven las guajiras a situarse en primera fila, las milongas y vidalitas se reproducen sobretodo en versiones discográficas y como no, las colombianas, el último de los palos flamencos que contribuye al acervo flamenco; gracias a la idiosincrasia, a su dulzura y refinamiento es un cante que invita a muchos desconocedores del flamenco a tener un acercamiento, un primer roce con este arte, aunque sea a sus palos más livianos. En el recuerdo de muchos de nuestros mayores aún late ese soldado herido o esa hija de Juan Simón que tarareaban mientras hacían sus labores cotidianas.

 Lola Flores y Manolo Caracol

   En los años cuarenta es Manolo Caracol el cantaor que está de moda, todos los niños y niñas de España, sobre todo en Andalucía la baja imitan a Manolo Caracol y a Lola Flores. El genial cantaor demostró que se puede cantar flamenco con guitarra, sin guitarra y con orquesta también, evidentemente sin que ésta suene a cuplé de varietés; valiente apuesta la del genio cantaor, el cual efectivamente recibió también su crítica como era de esperar, lógicamente, por los más ortodoxos de este arte. Hoy constituye esta etapa una muy singular en la historia, y sin lugar a dudas se ha reconocido la calidad que atestiguan las grabaciones de este momento histórico, las cuales son un testimonio importantísimo a la hora de valorar qué ocurrió en aquel entonces. Muy lejos de las formas flamencas más ortodoxas sin lugar a dudas están estas zambras de Caracol, pero parece mentira que siendo una aportación de carácter experimental en realidad, sonaran tan añejas, tan ancladas en la génesis del género flamenco, que parece que siempre hayan estado ahí. Qué gran cantaor fuiste don Manuel Ortega, Manolo Caracol.
  
   Tras la magnífica Antología del cante flamenco, obra dirigida por el guitarrista Perico el del Lunar en 1954 para la discográfica francesa Ducretet-Thomson y que obtuvo ese mismo año el premio de la academia francesa del disco, fue el maestro de los alcores sevillanos Antonio Mairena, el que en 1958 y 1965 grabó y proyectó en colectivo la Antología del cante flamenco y cante gitano con el propósito, con el único propósito de corregir la confusión que había creado dicha antología a la hora de clasificar los cantes, cosa en la que el maestro nuevamente intenta llevarse el gato al agua, igual que con la teoría del hermetismo, sólo por motivos puramente étnicos. Si bien no lo consiguió, pues hay estudios serios acerca de dicho tema, dejó esa magnífica antología que hoy es una verdadera joya; aparte de los magistrales cantes de Mairena, hay que reseñar los cantes de la Piriñaca grabados en dicha antología, y los del genial Manuel Centeno, que deja unas cartageneras, malagueñas y unos verdiales de Juan Breva dignos de hacerlos pieza general de estudio. Su libro Mundo y formas del cante flamenco es verdaderamente una teoría romántica, de eso que él mismo llamó cante gitano andaluz, lo cual también sirve para estudio, para ver las controversias que se estaban formando y que tan poco favorecerían al mairenismo. Importante fue también su participación y puesta en auge de los festivales e instauración en ellos de cantes más paradigmáticos y sobrios como las soleares, las tonás o las seguiriyas.

   El cantaor flamenco, creador de su propia escuela, el último cantaor con letras grandes de verdad, el cantaor capaz de llegar al alma con un cante por alegrías, o con un cante por tangos, sin necesidad de buscar la hondura en este palo o en este otro, es sin lugar a dudas José Monje Cruz, Camarón de la Isla. El tiempo será testigo de la magnitud cantaora de este artífice tan generoso en flamencura, a él le debemos en los últimos de los 60 y primeros de los 70, el apoteósico auge de las bulerías y de los tangos, que aunque ya estaban en marcha gracias a cantaores como el gran cantaor granadino Enrique Morente, un verdadero maestro de nuestros tiempos, o Lole y Manuel; el que acaba de impulsar en el sitio que hoy les corresponde es sin lugar a dudas Camarón. Todo el mundo conoce alguna bulería del genial cantaor isleño; casi 20 años después de su muerte la escuela camaronera sigue ahí presente, y muchos aficionados al flamenco en cualquier peña flamenca lo siguen recordando en sus actuaciones, así los tangos y las bulerías se sitúan esta vez, y por lo visto por muchos años en primer lugar. Las bulerías y los tangos son los palos más escogidos por guitarritas, cantaores y bailaoras, y se ofrecen en todo espectáculo, sirviendo en muchas ocasiones como broche de cierre. Qué grande es el legado de Camarón, qué gran cantaor que fue.

   Y ya finalizando, creo firmemente que si ninguno de esos maestros impulsadores del flamenco hubiera existido, tal vez el flamenco no sería ni la sombra de lo que es, o tal vez ni siquiera existiera. Me parece que sería más inteligente por parte de escritores, flamencólogos y críticos flamencos, el hablar del cante con más consideración y menos partidismo; no hacer del cante flamenco un tema estrictamente político es muy difícil, pero se puede conseguir; claro está, más fácil es caer en el juego de aquí o de allá, de gitanos o de payos, de Triana o de Jerez; en fin, ese juego romántico de la era del Paleolítico flamenco que más que ver el cante como una arte lo ve como un motivo de disputa continua y así lo va llevando de un lado a otro para ver esta vez a quién provoca. Así que disfruta viendo las aportaciones de cantaores dejando a un lado partidismos como paternidades y demás cosas prescindibles que no aportan nada al flamenco. Disfrutar de la grandeza que supone para el acervo flamenco, que personas como los que he citado aquí y muchos más que no sale a cuento nombrar como Manuel Vallejo, Juan Talega, Manuel Escacena, Antonio el Chaqueta, Manuel Torre, etc. Ellos nos dan una forma, una manera peculiar en formas expresivas, pero en ningún momento nos sitúa en el campo de batalla. Otra cosa es lo que luego cada cual pensara o dijera al respecto de lo suyo, pero eso en realidad es lo menos importante a la hora de valorar un cantaor, un cantaor de flamenco.

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